Pues sí, queridos lectores. Hace unos meses empecé este blog como una forma no solo de rellenar un tiempo, que de otro modo hubiese quedado perdido sino, como bién sabéis, para canalizar el durísimo trance que creía yo que sería la cuenta atrás que desembocaría en la treintena.
Mañana cumplo treinta años y eso no hay blog ni dios que lo remedie. La alternativa es morirme y sinceramente prefiero ser treinteañero que comida para los gusanos.
Con lo que supongo que es momento de reflexionar acerca de en qué he invertido estos años, plantearme qué hacer y, cómo no, recordar aquello que un día pensé que sería y obviamente no es mi vida a los treinta.
Lo primero es reconocer lo que yo ya sabía y muchos de los que leéis el blog sospechábais: que me he equivocado en casi todo en la vida. Pero lo segundo es reconocer que, a pesar de esta certeza, cuando me tengo que justificar ante mí mismo y mi conciencia, me encuentro ante el preocupante hecho de que no me arrepiento de la mayoría de mis errores. Y esto me lleva a una inquietante conclusión, que en la proxima década voy a seguir equivocándome en prácticamente cada cosa que haga. Y eso es duro. O no. No sé.
Una cosa a la que me he resignado en la antesala de esta mi tercera década, es a que no voy a saber nunca nada, a que el futuro es tan incierto como imposible de planificar a cualquier escala y a que la duda ante lo que pude haber hecho y no hice es una fiel compañera que estará conmigo de por vida. Por cierto, es esta última una compañera ante la que luchar es tan inutil como lo es esa constante tentación que todos tenemos de cambiarnos a nosotros mismos por acercarnos a aquello que algún "todos" hemos consensuado que significa "triunfo vital".
No sé si sentirme o no orgulloso de tener una única convicción a mi aún tierna edad de treinta años. Mucho menos seguro estoy de ello cuando esta convicción es la misma convicción que tenía diez años antes. Y es que lo único que tengo claro es que tengo que tratar de serme fiel a mí mismo, que tengo que intentar que mis convicciones me guíen y que, por encima de cualquier triunfo profesional o social, está el complicadísimo triunfo personal de poder conciliar el sueño por la noche, libre de remordimientos. Y a los treinta años os digo que siempre hay algún remordimiento, que estos son culpas que cuando te abrazan no te sueltan, que se acumulan en un contínuo y lento goteo y que, muy al contrario de lo que se piensa con veinte años, tienden a afectar a las buenas personas.
Voy a acabar porque releyendo esto me parece que está escrito por un viejo. Y no lo soy. Estoy hecho un chaval. Parafraseando a Sabina "a mis veinte y diez, ventinueve dicen que aparento". En el fondo y en la forma me siento mejor que con veinte y, aunque me pongo ligéramente nostálgico, esto me pasa en todos los cumpleaños de los que tengo memoria.
La crisis de los treinta se me acabó un día en el que yo tenía aún ventinueve y los principales culpables sois los cuatro o cinco que me leéis con asiduidad y los cientos de anónimos visitantes (decir lectores es ser muy optimista) que han pasado por aquí. Así que antes de que nadie me diga el primer "felicidades" en este teórico triste día en el que me despido del "2" a principio de mi edad definitivamente, no puedo más que daros las gracias.
Gracias a todos.