miércoles, 20 de julio de 2011

Crisis

Cuando empecé a escribir este blog uno de los principales motivos para hacerlo era relataros los pormenores de un hombre acercándose a la treintena con una alopecia incipiente en plena crisis de los treinta. Como si de una terapia se tratase, la crisis de los treinta pareció superarse con las primeras entradas. Lo que en principio podría parecer una putada resultó sin embargo el único buen ejemplo de ese extraño síndrome del escritor que lo lleva a tener ideas durante todo el día excepto al sentarse a escribir. Así el verme obligado a escribir sobre mi crisis hizo que la crisis desapareciera. Bendito sea Dios. Pensé en escribir un blog sobre la alopecia pero dudo mucho de que tenga los mismos resultados.

Sin embargo, el hecho de superar la crisis de los treinta no hace que no sufra las crisis correspondientes a la edad,lo que pareciendo igual es muy distinto. Hoy toca hablar de la crisis generacional de los nacidos en la órbita del comienzo de la década de los ochenta (que empezó en 1981 y no en 1980, como cree la mayoría).

Dice la RAE que la crisis es una "mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales". Me parece una definición muy adecuada para describir a los nuevos treinteañeros. Somos la generación de los cambios, la que se ha criado en base a unos principios que, sin saber muy bien cómo ni por qué, ya no valen.

Nada de esto sería un problema si al menos tuviésemos claro cuáles son las nuevas reglas, pero si lo supiésemos no seríamos la generación de la crisis. Somos los hijos de la última generación que entró de aprendiz a trabajar a una empresa en la que todo apunta que va a ver la jubilación, los hijos de la generación que tenía claro que su objetivo era encontrar un trabajo fijo, encontrar una pareja, casarse, comprar un piso en el pueblo o en una ciudad del extrarradio, tener hijos y darles todo aquello que a ellos les faltó para tener una vida mejor. La parte del piso en el extrarradio era el único giro argumental de relevancia entre el guión que seguían nuestros padres y el que seguían los suyos y a su vez los padres de estos. Esta vida tenía todos los peros que uno quiera ponerle pero sin embargo era un camino mucho más recto hacia la felicidad, porque proveía a los que la vivían de algo de lo que carecemos los treinteañeros de hoy día: una ruta a seguir. Es muy complicado ser plenamente feliz cuando uno no sabe adónde va y la vida se va convirtiendo en una serie de bandazos que uno controla con mayor o menor fortuna. Así que, sintiéndolo mucho por nuestros padres, dándonos lo que no tuvieron no nos hicieron más felices, muy al contrario, nos desorientaron.

La parte económica, muy al contrario de lo que sería previsible con la que está cayendo, no me parece que haya sido un retroceso importante. El hecho de que los trabajos hayan reducido su duración permite no aburrirse con una vida de hacer lo mismo todos y cada uno de los días que faltan para la jubilación de uno. Yo me sentiría muy frustrado sabiendo que de aquí a los 67 lo único que voy a hacer en mi vida profesional es hacer pan, poner ladrillos, vender ropa, vender hipotecas, hacer fotocopias o vender acciones en bolsa(con todo el respeto y agradecimiento a aquellos que lo han hecho por mí y por los que yo quiero).

Lo malo es que hemos asumido que esta provisionalidad en el trabajo y en el lugar de residencia lo es también en el plano sentimental. Ese es el salto generacional más grande que se ha producido en la España de los últimos treinta años. Soy de la generación que se sorprendía porque los padres de sus amigos se separasen. Lo normal en la generación de nuestros padres era encontrar a una muchachita de quince años en el pueblo, propio o colindante, de la que se enamoraban con una ternura hoy perdida y con la que se casaba. Una vez casados esa relación acababa con la muerte o la viudedad, lo cual es precioso. Sin embargo, si me pongo a recordar las relaciones de mis amigos supongo que me pasará como a vosotros,que contamos nuestras relaciones por fracasos, que los "novios de toda la vida" son los menos y, no nos engañemos, una vez casados la estadística juega en su contra.

El principal problema es que ni siquiera entre nosotros mismos nos ponemos de acuerdo en si esto es bueno o no. En las reuniones de amigos en las que se habla de los beneficios de la soltería es difícil no ver un halo de envidia en las parejas de toda la vida, quienes pregonan su felicidad seguramente con mucha sinceridad pero puede que para acallar la parte de su cerebro que les susurra las preguntas que les hacen cuestionarse si están enamorados, resignados o ambas cosas. Los solteros por otro lado hacemos básicamente lo mismo solo que desde nuestro campo de batalla. Nos empeñamos en repetir lo felices que somos estando solos, pero la dura realidad es que felicidad y soledad son términos incompatibles.

Qué está bien y qué está mal es algo que no sabría afirmar. Solo tengo claro que no somos tan viejos como somos ni tan jóvenes como nos creemos y que no hacemos nada en concreto a pesar de hacerlo todo. Deberíamos tomar un rumbo, no creo que deba ser lo que hacían nuestros abuelos pero tal vez debiera parecerse mucho. Combinar libertad, amor y un rumbo con la ambición y el no resignarse es una misión que nos ha superado como generación y, me atrevería a decir, que también como individuos.

El triunfo se consigue cuando se sabe distinguir la lucha de la testarudez, cuando podemos diferenciar la rendición del fin de un ciclo, cuando sabemos dar un par de pasos atrás para poder saltar mejor hacia adelante y, sobre todo, cuando se sabe en qué momento emprender la huida supone una victoria. Pero hemos optado por defender ciegamente nuestros principios (si es que existen) con la excusa de la libertad, ahogándonos en la incertidumbre y la infelicidad en lugar de aceptar que no existe libertad sin felicidad.

¿Cuál es la salida? No tengo ni idea.

       

sábado, 9 de julio de 2011

Vuelta a la infancia.

     Lo más bonito que tiene un niño es la capacidad de ilusionarse con cosas pequeñas y estúpidas. Con esa edad toda pequeña experiencia es tan excitante que uno se convence de que va a haber un antes y un después de ella.

     Tenía yo poco más de siete años cuando una tarde mis padres me compraron un kit de tenis marca Makro en  el hipermercado Makro que constaba de tres pelotas de tenis y dos raquetas que pesaban más que yo en aquellos momentos. Al verlo no pude más que fliparlo en colores. Era increíble tener eso. Las raquetas tenían su funda negra con cremallera, lo que les otorgaban un aire profesional que ni en mis mejores sueños podría haber imaginado. Una vez en casa frente a frente con mis dos raquetas tuve que afrontar el durísimo hecho de que era hijo único y con una vida interior tan grande e intensa que, con siete años, me había llevado a no tener ningún amigo y que haría que con veintinueve decidiese escribir una entrada en un blog en lugar de estar emborrachándome por ahí, que es lo que hace la gente guay un viernes por la noche (no tengáis vida interior, es una putada). La cuestión es que tenía las que, en mi opinión, eran las dos mejores raquetas jamás fabricadas y nadie con quién jugar.

     Recuerdo que una tarde mi madre, que tenía una honda preocupación con el hecho de que la citada vida interior de su hijo era tan grande que éste ni siguiera veía la calle, me dijo que nos bajásemos a jugar al tenis los dos. La experiencia como tenista de mi madre venía a ser la misma de su hijo, es decir nula. De hecho antes de bajar a la calle conmigo siguió el ritual ya perdido que existía en las madres de los ochenta de arreglarse para salir a la calle siempre que fuesen a hacer algo distinto a ir a comprar. En el barrio no había nada parecido a un campo de tenis, con lo que nos tendríamos que bajar a jugar entre los árboles y la arena. Así que ahí estábamos mi madre, con tacones, maquillada y de punta en blanco, y yo con dos raquetas que pesaban un quintal, jugando al tenis sin tener ni idea en un campo de arena. Por supuesto que no fuimos capaces de dar dos golpes seguidos, pero no tengo palabras para describir lo feliz que me sentía en aquel momento. Estaba jugando al tenis con mi superkit de tenista profesional del Makro. En mi mente tenía claro que ese era el primer paso para ganar el Roland Garros, que no me quedaría más en casa, puesto que había descubierto mi pasión y entrenaría como nadie ha entrenado jamás para hacer de mí al tenis lo que Oliver Aton (Capitan Tsubasa) era al fútbol.

     Por supuesto no volví a coger una raqueta hasta una década más tarde. Y lo haría para echar la tarde con mis amigos en el polideportivo. Pero ese momento tuvo la magia que solo un niño puede sentir.

     Pues bien, recientemente me he vuelto a ilusionar con algo de la manera que un niño se ilusiona con las cosas. ¡Mañana me voy a la playa! O al menos eso creía hasta hace un rato.

     ¿He mencionado alguna vez en este blog que ser un niño es una mierda? Pues si no lo he hecho lo hago ahora. Ser un niño es una mierda y lo de tener ilusión por las cosas es una fuente infinita de frustración que debería estar penada por ley, o al menos alguien tendría que tener la decencia de inventar una pastilla que nos hiciese inmunes a ella.

     Sé que la ilusión por los Reyes Magos es algo indescriptible que nos hizo a todos sentir energía para no portarnos como unos cabrones durante todo el año ante el inocente temor de que Baltasar (me lo imaginaba a él porque nunca he sabido quién era Melchor y quién Gaspar), cubierto de pieles estuviese en pleno agosto a las tres de la tarde encaramado a la jardinera de nuestra terraza pasando un calor de mil demonios con el único objetivo de vigilar si dormíamos o no dormíamos la siesta como nos pedía nuestra madre. Por cierto, nunca entenderé por qué las madres de nuestra época consideraban tan importante para nuestro desarrollo personal el dormir la siesta en la infancia, que era cuando no queríamos, y sin embargo nos reprendian por dormirla al aproximarnos a la veintena."¡Te pasas toda la tarde durmiendo en lugar de hacer algo de provecho!".

     Pero toda esa ilusión que te hizo soportar en silencio las interminables tardes de verano con papá y mamá cumpliendo la más noble de las tradiciones españolas, consistente en roncar de una y media a tres con un documental de La 2 de fondo; esa ilusión que te empujaba a acabar esas torturas veraniegas llamadas "Vacaciones Santillana" y a hacer concienzudamente los deberes todas las tardes a partir de Septiembre; todo eso se venía abajo cuando el día de Reyes comprobabas horrorizado que el miserable castillo de Lego había sustituido a tu anhelado Batrus de Madelman 2050*. No hablemos ya de la tristeza que invadió nuestro cuerpo al vivir el primer 6 de enero conscientes de que SS.MM. los Reyes magos no se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar sino Ramón Areces y más tarde Isidoro Álvarez. Con tantas esperanzas e ilusiones puestas durante toda nuestra vida en aquella fecha y a final de cuentas se había convertido en un segundo cumpleaños con la salvedad de tener que compartirlo con el resto de niños del mundo que, por supuesto, tenían regalos más molones que los nuestros.




* Batrus: Posiblemente la fuente de diversión más perfecta jamás creada; con alas; un habitáculo para sentar a tu Madelman preferido como piloto; pinzas y la función que hizo de la generación de los 80 hombres como Dios manda: disparar misiles con la entrepierna. Ya no se hacen juguetes como este.


     Pues, como os había indicado antes, yo tenía la ilusión de irme mañana a la playa con mi compañero de piso. No se lo he ido contando a todo el mundo porque ya rondo la treintena y parecería de gilipollas hacerlo. Pero hoy, nada más salir del cine de ver el reeestreno de "Harry Potter y la Piedra filosofal" me he ido como un gilipollas al supermercado a comprarme un bañador para mañana poder mojarme el culo en agua salada después de tres años de sequía culeril. He llegado a casa como un puto crío chico ilusionado con enseñar mi superbañador nuevo de £2,5 y concretar la hora de salida para mañana. ¡Y no hay ni dios en casa!

    Así que ahora me siento como al abrir el envoltorio del puto castillo de Lego y no encontrar a Batrus en su interior. Todo me hace pensar que mi compañero de piso se ha ido por ahí de fiesta pesando que no vamos a ir por no haber concretado nada. Todo me hace pensar que mañana a las nueve de la mañana estará de resaca o todavía borracho y me mandará a la mierda cuando le diga que nos vamos a Brighton. Todo me hace pensar que mañana corroboraré que es una mierda tener ilusiones por las cosas. 


   Y también me planteo por qué carajo  me tiene que dar a mí últimamente por ilusionarme tanto por todo. En serio, esto no me pasaba hace unos años y me tiene preocupado. El regreso de costumbres e instintos infantiles es uno de los rasgos de la vejez, cuando los señores y señoras de ochenta años vuelven a hacer dibujos con cera y palabras con macarrones. Yo que estaba tan contento por haber superado la crisis de los treinta teniendo solo veintinueve y Dios castiga semejante precocidad adelantándome la de los setenta sin tan siquiera dejarme sufrir la de los cuarenta. 

   ¿Tendrá esto algo que ver con mi alopecia galopante? ¿Será que voy a ser el primer ser humano en cumplir sesenta sin llegar a cumplir treinta? ¿Es por eso que tengo estas ganas de volver al país donde me crié,de sentir el calor del sol que me vio nacer y de compartir unas cervezas con aquellos que me vieron afeitarme la pelusa del bigote por primera vez? No lo sé. Solo sé que ahora mismo preferiría haberme gastado las dos libras y media del bañador en cervezas y no tener la sed ni la lucidez que tengo. Y solo tengo la certeza de que esta ciudad es demasiado grande, la vida demasiado triste o yo demasiado tonto. 

lunes, 4 de julio de 2011

Frikis.

     Vamos a empezar con un axioma: los grupos están hechos para que cada miembro del grupo alimente el ego del resto de miembros con o sin motivos a cambio de una retroalimentación por parte de los demás.

     Todos conocemos o, lo que es peor, hemos sido el típico chico formal, miembro de un grupo de chicos formales con trabajo y novias o prometidas que han sido la pareja de toda la vida y con las que empezaron apenas teniendo cuatro pelillos en los huevos, con las que además comparten una cuenta ahorro vivienda o, más grave aún,  una hipoteca que los mantendrá juntos por el resto de sus días. Pues bien, una vez que tengáis esta imagen en mente echad un vistazo por los recónditos espacios de vuestra memoria y seguro que encontraréis algún momento en el que esa clase de especímenes protagonizaron una escena como esta:

- Pues ayer menuda nos pillamos ahí toda la panda- dice el sujeto en cuestión mientras el amigo con cara de pánfilo empieza a reír al tiempo que asiente con un ímpetu cercano al espasmo nervioso.

- Sí, sí, cuéntaselo , cuéntaselo.- Dice entre espasmo y espasmo el segundo sujeto. Mientras, las sufridas novias comienzan a negar son la cabeza en un gesto de desaprobación  que queda desmentido por sus medias sonrisas.

- Pues sí- continúa el primero- nos fuimos a la Andrómeda- Se refiere a la discoteca de moda de la ciudad, a la que van antes de las 10 porque no cobran entrada y en la que, a pesar de haber buenos DJs, van a la planta baja porque ponen lo que les gusta a ellos, música variada más conocida por todos como "pachanga"- y nos liamos a beber cubalibres que...madre mía cómo terminamos.

- ¡Cómo terminamos!- apunta el segundo sujeto aumentando el volumen de la carcajada al tiempo que las respectivas novias empiezan a apoyar la cabeza en la mano para ocultar ligeramente los ojos expresando ante los demás cuánto desaprueban el comportamiento de sus novios la otra noche porque por supuesto ellas son más de salir a tomar el vermú que de ir de copas por la noche.

- Fíjate cómo acabaríamos- prosigue el primero- que nos fuimos a eso de la una ahí donde el Tete- el Tete es un amigo suyo del instituto que montó un pub y al que solo van para que les inviten a copas- y entramos con la corbata puesta en la cabeza.

- En la cabeza- puntualiza ya completamente descojonado el sujeto dos.

- Si es que no se puede ir con ellos a ningún sitio, de verdad.- dicen las novias-  Es que vayan donde vayan llaman la atención. Que todo el mundo se tiene que enterar que están ahí.

- Si es que somos unos cachondos- dice el segundo secándose las lágrimas de la risa- El alma de la fiesta ¿verdad?- dice mientras, también compulsvamente, golpea con el codo al sujeto uno.

- Somos unos figuras.- sentencia éste.

     ¿Qué cojones figuras? Lo que sois es unos tristes, unos desgraciaos que se van a un garito solo por decir que han estado ahí cuando la entrada es gratis y se van cuando acaba la hora feliz para ir a ver a un amigo del instituto al que no son capaces de llamar nada más que para gorronear en su bar y se piensan que son unos salvajes; unos rebeldes incontrolables porque se ponen una corbata en la cabeza yendo borrachos, cosa que hace todo el mundo y con la que se pasa totalmente desapercibido para cualquiera menos para un grupo con ganas de dar palizas a retrasados mentales.

     He puesto este ejemplo por ser conocido por la mayoría de nosotros (algunos de los cuales también hemos protagonizado momentos "corbata en cabeza" pensando que eramos tan rebeldes en indomables como Marilyn Manson), pero podrían haber sido los niñatos discotequeros que miden la diversión por el número de rayas que se han metido en un local semioscuro, iluminado en exclusiva por láseres de colores y escuchando música de dudosa calidad que taladra sus escasas neuronas mientras pegan brincos uno frente a otro de ocho de la tarde a ocho de la mañana. O a los que, con vocación heavy se van a garitos oscuros llenos de calaveras y figuras de Satán a hacer como que cantan canciones de las cuales desconocen por completo la letra mostrando la gloriosa estampa de un señor ya entrado en edad, cantando a todo lo que da su voz algo que suena como "aguachifú aguachifá" al tiempo que toca una guitarra inexistente llevando, sin embargo, el ritmo de la batería. Por no hablar del típico grupo de chavales, hombres, señores y algún que otro prejubilado que se va el domingo a echar el partido de fútbol adornando el paisaje dominical con veintidós bolas de grasa corriendo por un campo tras una pelota y que cuando meten gol saludan a una multitud inexistente en una infantil fantasía que les hace pensar que son Cristiano Ronaldo en el Bernabeu en lugar de Agustín Pedralves García en un campo de fútbol alquilado en el Polideportivo Municipal de Trijueque de la Cruz, provincia de Huesca.
   
     Todos estos grupos, al igual que la inmensa mayoría de los demás, tienen un nexo en común, y es que al final de todo este ridículo van a pensar que son los mejores, los más divertidos y que todo el mundo lo flipa con ellos, cuando en realidad son unos tristes. Y son tristes porque todos somos unos tristes cuando nos divertimos. Os invito a comprobar esto siguiendo a un grupo de personas distintas a vosotros y con las que no tengáis ningún nexo en común. Ved lo que hacen durante una noche entera, de principio a fin. Escuchad sus gracias y tendréis claro que son absurdas, ved cómo hablan y notaréis lo ridículo de su tono de voz en plan "qué colegas somos". Os sentiréis, en definitiva, como cuando vuestros amigos amigos se emborrachan y vosotros permanece sobrios.

     Por eso me encanta tener amigos frikis, porque el friki, a diferencia de los demás es consciente de que es un triste. Tengo la inmensa fortuna de que yo, cuando comento la jugada de la noche anterior con mis amigos siempre tenemos la decencia y la honradez al día siguiente de decir que nuestra vida es miserable y que la estamos tirando por el retrete. Nadie en el mundo conoceréis que diga que es el rey de la fiesta, un cachondo o un fenómeno de sí mismo por estar dieciséis horas y media jugando al WOW (World of Warcraft) sin parar. Nadie puede considerarse a sí mismo un transgresor por enviar cartas amenazadoras a la Fox por acabar Perdidos como lo acabó, o por liderar campañas en Facebook contra Jar Jar, ni mucho menos vanagloriarse de sus logros sexuales por haber considerado la proeza de masturbarse doce veces seguidas en un solo capítulo de Ranma. A lo que vamos, el friki es de naturaleza honesto, como mucho puede presumir y decir que es el rey de la fiesta, pero no hablará de él sino de su personaje del Conan.

     No solo la honestidad es un rasgo bueno de los frikis, ser friki es muy bueno porque.....

     Creo que voy a acabar esta entrada aquí.







     ¡Ah, no! Ya me acuerdo. Ser Friki tiene muchas otras ventajas que, al contrario de lo que los propios frikis suelen pensar, son extraordinariamente buenas de cara a ligar con muchachas. A saber:

1º Los salones manga a los que las chicas van disfrazadas de personajes de series anime que están como un tren son una oportunidad fabulosa para ligar. Primero tienes que empezar con la criba, tienes que mirar las que estén buenas, lo que te permitirá quedarte con menos de un 20% de candidatas. De entre todas esas candidatas hay que descartas a las lesbianas. Si después de todo eso queda alguna mujer, se presenta ante el friki algo que el friki es incapaz de encontrar en un bar: la esperanza de echar un polvo.

     Lo que hace tan esperanzador el simple encuentro de una candidata lozana con la que querer compartir fluidos corporales, es que el friki en ese momento tiene todos los recursos que un sujeto normal necesita buscar en una chica de un bar y en cuya búsqueda se cometen el 95 % de los fallos en el ligoteo. El Friki solo tiene que aplicar el primer axioma friki: el friki no tiene otro interés en su vida por encima que el propio frikismo. En esos salones tenemos a chicas frikis vestidas de lo que le gusta, lo cual supone un cartel inmenso para todo aquel que sepa leerlo. Si la chica está vestida de Minako Aíno ya sabes todo lo que tienes que saber de sus gustos para sacar una conversación que podrá durar todo el tiempo del mundo, solo hay que hablar como un descosido de Sailor Moon y luego... a echar un casquete. Sin "estudias o trabajas" o "vienes mucho por este garito" ni "me suena tu cara" o cagadas similares que utiliza el no friki. En ese momento, si sabes de Sailor Moon eres el hombre perfecto.

2º El frikismo dota al friki de un nivel intelectual, no digamos que bueno pero sí por encima de la media. Quiero decir, que el friki lee, aunque sea comics, pero lee. Y eso es más de lo que se puede decir de la mayoría de personas.

   Este legado pseudointelectual dota al friki de una cantidad de recursos casi ilimitada que podría utilizar en el dudoso caso de que llegase abrir la boca delante de una mujer no friki en un ambiente nocturno. El friki que entra a las muchachas es una especie minoritaria y, no falta quien afirma que es como los argentinos humildes; que se dice que existen a pesar de no haber constancia de ninguno.

   Sea como sea, si el friki pasa la prueba de ser capaz de hablar a una mujer tendrá toda una colección de frases inteligentes con las que impresionar a la dama, cosa que no tienen la mayoría de mortales. Aquí van unas cuantas:

      - Vivir juntos, morir solos (frase acojonante para soltarle el primer beso a una chica) 
      -  Todo sucede por alguna razón. 
      - El vino está bien pero el güisqui es más rápido.
      - No hay necesidad de ser realista cuando se trata de amor. Todo es posible. (Con esto se le caen las bragas a la más fría)  
      - Las palabras son lo único que me queda para jugar. (El rol de hombre atormentado funciona que te cagas para que ellas acaben contando sus penas)
      - ¿Dónde vas? Podemos seguir charlando en horizontal. (¿Hay frase más elegante para pedir a una mujer que se acueste contigo)
      - ¿Voy contigo o me quedo contigo?
      - El futuro no está escrito en piedra. 
      - Para ser verdaderamente feliz, un hombre debe vivir absolutamente el presente. 
      - El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento. Veo mucho miedo en ti. (después de esto te van a contar lo mal que les va con su novio o lo mal que les fue con su ex y solo hay que aplicar lo que ya dije en una entrada anterior)
      - Tu enfoque determina tu realidad. 
      - Soy prisionero del beso que nunca debiste darme. 


3º Por último, pero no por ello menos importante está uno de mis últimos descubrimientos. Entre la multitud de gente que he conocido en los últimos años me sorprendió una chica que me informó del morbo que muchas féminas sienten hacia los vírgenes. Tienen al macho virginal un cariño tal que las lleva a follárselo. Yo tenía cierta sospecha de este hecho, pero lo que me sorprendió es que la chica que me manifestó tan curiosa filia no era una fea, como yo tenía en mente. No solo estaba bien la muchacha sino que estaba muy bien. En ese momento en el que uno recibe semejante noticia de semejante mujer, cualquier hombre que pueda ser considerado como tal se siente inevitablemente arrepentido de haber regalado su virtud años ha en el cuarto de baño de aquella discoteca de mala muerte a esa muchacha borracha de la que nunca supo el nombre. En tal situación no solo no hay vuelta atrás, sino que cualquier persona no friki que a determinada edad anuncie que permanece virgen será considerada como mentirosa aunque diga la verdad.  


    Sin embargo un friki es al contrario que cualquier otro espécimen humano. Da igual la edad del muchacho porque la virginidad a un friki se le presupone aunque haya mojado el instrumento más que el mismísimo Ron Jeremy. Con lo que un friki puede explorar este recurso, haciéndose pasar por virgen cuantas veces quiera y follando como un poseso con mujeres de tan perversos y sucios deseos. 


     Así que, visto lo visto, ¡Vivan mis amigos frikis!


     ¡Porque son unos cachondos, el alma de la fiesta y SON UNOS FENÓMENOS!     



sábado, 2 de julio de 2011

Pruebas de la existencia de Dios.

Vaya por delante que yo soy cristiano. Creo en Dios, creo que Jesús fue crucificado, que murió y que resucitó al tercer día. Sé que muchos de vosotros diréis que eso presenta multitud de contradicciones con mi comportamiento diario. Tendréis razón. Pero si no tuviese contradicciones nos sería humano.

Y me encanta ser humano.

Pero, amigos míos, en esta entrada pretendo demostraros la existencia de Dios, de alguien que nos ha creado tal y como somos y al que (que Dios me perdone) no le falta mala leche visto lo visto.

Todos vosotros, ateos iletrados que os empeñáis en ir por ahí diciendo que Dios no existe tenéis por el contrario una desmedida fe en la ciencia. A mi modesto entender la mayoría de vosotros tampoco tenéis muy claro lo que es la ciencia ni os habéis parado a pensar muy bien si lo que dice tiene lógica o no, simplemente creéis como un campesino del siglo XIII creía lo que decía el cura de su parroquia, sin cuestionarlo (dedicaré una entrada a profundizar en el tema).

Uno de los principios científicos en los que más fe tenéis es, curiosamente, la teoría de la evolución de Darwin. Digo lo de curiosamente porque, tal y como su propio nombre indica no pasa de ser una hipótesis no demostrada a día de hoy. Lo que la RAE define como "conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación". Sin embargo, yo voy a hacer algo que hará que San Agustín esté donde esté se sienta orgulloso de mí: voy a demostrar la existencia de Dios partiendo de la incompatibilidad de la teoría de la evolución con ella misma en el caso de los humanos. Ahí es nada. A esto se le llama crear un gancho. Así me aseguro que, si habéis llegado a este punto vais a terminar de leer toda la entrada para ver si lo demuestro de verdad o no.

Bueno, pues para empezar mi argumentación tengo que decir que me encuentro cómodamente tumbado en mi cama escribiendo esto y sin fumar. Y esa es al cuestión, por qué no fumo con las ganas que tengo de hacerlo. La respuesta es clara y la pone en las cajetillas de tabaco "Smoking kills". Resulta que estoy como loco por fumarme un cigarro cuando esto me va a matar. ¿Acaso hay alguna explicación evolutiva para ello?
Darwin nos dice que somos el resultado de una evolución (en el caso humano probablemente el ser más evolucionado de todos, aunque a aveces cueste creerlo) que nos ha hecho sobrevivir sobre muchas otra lineas evolutivas. Pues bien para ello se supone que el ser humano ha adaptado su actuación, su organismo, su comportamiento  y su cerebro de tal forma que somos dueños de unas características que harán más probable su supervivencia. 

Es precisamente esto último lo que demuestra que tiene que existir un Dios que nos haya creado y que el ser humano no es el producto de la línea evolutiva. Me explico, los koalas comen eucalipto porque es lo que mejor le viene a su salud, los leones comen cebras porque ese alimento es exactamente lo que su cuerpo necesita, lo mismo se podría decir de lobos, tiburones, vacas, jirafas etc. Es más, a todos esos animales les pones cualquier otro alimento y con muchísima seguridad no se lo tomarán, porque no les gusta otra cosa diferente a lo que es bueno para su organismo y su supervivencia. ¿Sin embargo a mí qué es lo que me gusta?  Pues escribir tumbado, lo que es malísimo para mi espalda y mis cervicales, preferiblemente fumando un pitillo, cosa que no hago porque me mataría. También, como a todo el mundo, me gustaría poder vivir bebiendo alcohol con asiduidad, comiendo panceta, chuletas, hamburguesas y patatas fritas regándolo todo con su correspondiente salsa. De hacer esto moriría a los 40 de un ataque al corazón fulminante, ahogado en colesterol, con un hígado cirrótico y víctima de la obesidad, la diabetes y la gota. El caso humano es una constante lucha entre lo que nos gusta hacer y lo que debemos hacer para sobrevivir. Nuestro instinto, al contrario que el de cualquier ser vivo nos lleva a matarnos y tenemos que luchar contra él; hacer sacrificios. Es justamente el sacrificio lo que el cristianismo premia, lo cual hace que, visto desde este punto de vista tenga más sentido.

La vida que deberíamos llevar implicaría hacer deporte a diario (cosa, como todos sabemos divertidísima), no beber, no fumar, comer mucha verdura; cosas tan deliciosas como espinacas, zanahoria, col, pescadito hervido, arroz cocido, de vez en cuando un poco de ternera a la plancha (pero sin excesos), poco pan, etc. todavía estoy por conocer a alguien que le guste ese tipo de vida.

Da la sensación de que el único instinto evolutivo que nos permite sobrevivir como especie es el de tener ganas de follar y, sin embargo hemos creado un mecanismo social para frenarlo. Uno no puede decirle a una muchacha a la que ve con ganas directamente "Oye, ¿follamos y satisfacemos así mutuamente nuestros instintos naturales?" . Probad a hacerlo y lo más normal es que acabéis con la cara cruzada o con una mujer que parecía bella, frágil y delicada, convertida en un monstruo que suelta veneno por la boca. De hecho la forma sana de follar es con condón que es lo que no le gusta a nadie y por motivos evidentes no responde a un rasgo evolutivo que pasa de generación en generación.

Resumiendo, que parece claro que esto ha tenido que ser obra de algún ente inteligente que nos ha creado. Parece obvio que Dios nos ha creado. Si queréis podéis pensar que maldita sea la gracia de habernos hecho así. Me parecerá comprensible. Podréis pensar que Dios es entonces el típico amigo que te quiere pero al que le gusta ponerte chinchetas en el asiento del coche para descojonarse de ti de vez en cuando. Creo que sería una buena comparación. Pero no me contéis chorradas de que la naturaleza es sabia y nos ha hecho así por algo porque nuestros instintos distan mucho de hacernos mantener con vida como especie.

Creced, multiplicaos y sacrificaros.

¡Qué dura es la vida coño!